cecilia

 

Sexo con humor

una contribución brasileña para la paz mundial

Texto / Marcelo Carneiro da Cunha (Brasil)
Traducción al español / Héctor Aguilera Araya (Chile)
Ilustración / Cecília Lages (Portugal)

 

Bajo el Ecuador todo es permitido
Dicho portugués

Imagínate, distinguido lector, que estás en un barco, una nau, una carabela, una de esas cosas que estudiamos por siglos en la escuela sin poder imaginar jamás su tamaño o la realidad de un barco de esos atravesando el Atlántico en los siglos XV y XVI, rumbo al sueño de las Indias, hasta que Vasco da Gama llegó allá y comenzar su masacre en serio.

Imagina aún más, haber atravesado el Atlántico en una de esas glorificadas barcas. Durmiendo a la intemperie, soportando lluvias por un mes, en promedio, viniendo de una Lisboa medieval, o volviendo de un ataque a Calcuta, donde todos, incluído tú, atacaron algún fuerte, enfrentaron alguna etnia agradable y volvieron por suerte, cargados de canela y pimienta que iría a beneficiar a algún banquero genovés, pero difícilmente a ti o los tuyos.

En el camino de ida, o el de vuelta, tu nau hace escala en un puerto de la recién descubierta Bahía, una prueba definitiva de la existencia de Dios, a pesar de las demostraciones en contra producidas por tu Iglesia. La naturaleza, aún sin las palmeras que se suman para construir su perfil, es exhuberante. El clima es lo más cercano al útero de donde viniste: 36 grados, un poco más un poco menos, dentro o fuera del agua y tus genes notándolo y reconociendo aquello a la perfección, si la encuentran. Al amanecer, tu barco es rodeado por nativos de muchas tribus de la familia tupí, que decidieron ser amables con los portugueses, en parte por querer sus instrumentos de acero por sobre todas las cosas, en parte por ser insoportablemente gentiles por naturaleza a falta de motivo para ser algo más, excepto en sus guerras con tribus vecinas que terminaban en algún ritual antropófago y simbólico, excepto para el devorado, naturalmente.

Tú, estimado lector, transportado para una playa paradisíaca alrededor del año 1500, te ves delante de una difícil elección: volver a Portugal, para el clima portugués, para la dieta portuguesa, para las mujeres portuguesas, para cualquier cosas que haya precedido al fado como música nacional portuguesa, para el clero portugués, para una vida de pobreza y frío en los inviernos, además de un mes de mar inhóspito, ninguna certeza de llegar a destino y sufriendo además los abusos de todos tus superiores en la rígida jerarquía social de la época. Puedes enfrentar aún la ida a las Indias, y más mares, cabo de las Tormentas, enfermedades indescriptibles en la costa africana, naciones que no sienten el mismo aprecio por ti como los tupís de América te demostraron y que te lo demostrarán de la peor forma posible, estarás a miles de kilómetros del país amigo más cercano y tus oportunidades de regresar, entero al menos, serán mínimas.

O pensándolo bien, podrías quedarme ahí mismo, en aquella playa de tarjeta postal, mucho antes de la creación de los correos. Si te queds, los nativos te tratarán como un pariente, siempre que te cases con una de las nativas. A propósito, ni necesitas casarte. No existe el matrimonio. A propósito, puedes tener varias esposas y nadie querrá quemarte por eso ni necesitarás hacerte musulmán o parar de beber todo aquello que produzca algún sentimiento de paz y felicidad en un mundo duro e improbable. Nunca más pasarás frío, aparentemente, nunca vas a pasar hambre. Ningún cura podrá excomulgarte. No hay curas. No hay reyes, tampoco. No hay ropas. No hay vergüenza. Y hay sexo, mucho sexo, o por lo menos el que quieras, mucho o poco, sin problemas. Qué habrías escogido, estimado lector?

Muchos escogieron abandonar el barco. Otros, por crímenes cometidos, por crímenes imaginados, por malos hábitos de higiene o quién sabe qué, fueron arrojados de los barcos y abandonados en las playas. Una cosa tenían en común: en el instante en que huían o eran expulsados de los navíos, dejaban de ser legalmente europeos. Y ellos nunca serían indígenas. Tendrían hijos con las indígenas y esos hijos no serían indígenas ni portugueses. Comerían como los indígenas ( con excepción de los momentos antropófagos de sus anfitriones, creo), hablarían prácticamente igual a sus anfitriones y seguramente harían sexo con los indígenas sin que cualquier concepto europeo sobre el asunto hiciera alguna diferencia. La nación brasileña comenzó con ese mestizaje que aquí se estableció y prosperó ausente de un orden europeo, que pasaba por aquí, pero no permanecía ni en el tiempo ni en intensidad suficientes para imponerse.

En Brasil, estimados lectores, por casi trescientos años se habló la Lengua General. básicamente un tupí costumizado (enchulado, tuneado), que aún hoy, en su versión nheengatu, es hablada en el Amazonas brasilero. Si la lengua era el tupí, no sería sorprendente que las demás costumbres fuesen pesadamente influenciadas por esa cultura original.

Una clase mestiza, estimados lectores, vive en su relativa ilegalidad, en un ambiente de falta de respeto por el orden. Sabe que nunca será europea, nunca será aceptada de verdad, aún adoptando todas las formalidades del orden europeo. Nunca será indígena y esta misma será la gran fuerza que esclavizará a los indígenas en favor de los europeos (¿). Esta tiene su identidad situada en algún lugar periférico del orden europeo, pero no en la periferia del orden indígena, tal vez por eso no exista. Por lo tanto, esta nunca adopta de verdad el discurso del orden, por no pertenecer a ningún orden disponible. Ironiza el discurso oficial, lo ignora mientras puede, simula cuando conviene.

En Brasil nadie cree en el discurso de las grandes palabras y nadie toma muy en serio lo que reza. Esa incredulidad también se manifiesta en relación a la moralidad oficial y su visión del sexo, área en la preferimos con seguridad la práctica de nuestros antepasados indígenas con su libertad no pecaminosa. Y sumamos a nuestra sopa cultural (aún con los peores métodos concebidos por la humanidad9 la belleza corporal africana, el sentido de ritmo y sensualidad, la ginga. Para quién no sabe lo que es la ginga, es nuestra manera africana de caminar y fugar fútbol. Maradona no tiene ginga por ser argentino, creo, y por eso, y no por sus centímetros menos, necesitaba usar la mano. Pelé, no.

Nos convertimos en una nación mediada por nuestra relativa libertad en relación a un orden europeo y colonizador, por nuestra lengua y costumbres particulares, por nuestra actitud indígena en relación al sexo, en relación al agua (no fue nuestra matriz portuguesa la que nos hizo obsesionados por la ducha diaria, no?), nuestra actitud mestiza en relación al orden y las instituciones, nuestra actitud africana en relación al ritmo y los cuerpos.

Los extranjeros se equivocan cuando ven en nuestros cuerpos expuestos y nos imaginan obsesionados por la carne. Ven el carnaval e imaginan un festival de sensualidad. Y no lo es, pese a que se transforme en una fiesta carnal, por consecuencia. El carnaval es una celebración del mayor rasgo nacional de una cultura como la nuestra, que es la capacidad de divertirse con casi todo. Las personas, para quien entiende portugués, ·juegan” y “saltan” en carnaval. Esos verbos describen nuestra actitud esencial con relación a la fiesta. Es una fiesta, no una orgía, pese a que se tenga esa impresión, y las orgías puedan hacer parte de nuestra fiesta. Sin embargo, comprendan, celebramos el sexo el año entero, así como celebramos muchas otras cosas, en nuestra relativa falta de compromiso con la seriedad industrial. En el carnaval, celebramos nuestro sentido del humor., que es la base de nuestra identidad cultural mestiza. Sobre todo, lo importante es divertirse con la vida que nos dieron o que tomamos en nuestras manos, mientras producimos, trabajamos y las pasamos duras, por un salario que seguramente no justifica lo producido ni la actitud mantenida al ejercerlo.

Si alguien viaja a Río de Janeiro, conociendo al menos un poco de portugués, comprenderá que Río, centro del imaginario nacional brasileño, es uno de los lugares con mejor buen humor de todo el planeta. No soy un entusiasta de Río de Janeiro, ni sus procedimientos o de su arquitectura. Pero corro más riesgo en Río de Janeiro de morir de la risa que de ser alcanzado por una bala en medio de una guerra de pandillas, creo.

El sexo a la brasilera es una mezcla nacional de falta de respeto al orden con un sentido de placer que lo conduce de manera muy simple, motivado por la presencia o ausencia de deseo. En ese sentido, escuchar un no en Brasil, es tan natural como un sí. No somos obsesionados por el sexo, eso es cosa de puritanos. Nos gusta, y mucho, el sexo, siempre que no sea complicado o demasiado serio. En una cultura como la nuestra, el sexo es una afirmación de la naturaleza lúdica de nuestra subjetividad.

Mi experiencia (apenas como observador) de la realidad europea es de que ahí predomina, con enorme ventaja, el sexo oral. Las personas HABLAN acerca de sexo todo el tiempo. Nosotros no hacemos eso, no somos ni tan complicados ni tan serios.

Yo no sé cuánta de nuestra consistencia va a resistir el siglo XXI. Veníamos bien hasta ahora, a lo largo de siglos de represión, orden católico, tentativas de imposición de un discurso eugénico en el siglo XIX, cuando colonizadores europeos de Italia y Alemania fueron traídos para blanquearnos, con algún éxito, pero con mayor éxito para nosotros en su abrasileramiento, culminando con la producción, aún a escala experimental, de Gisele Bündchen.

El nuevo deafío de este siglo que comienza su afirmación es resistir en nuestra consistencia original frente a la uniformización que la sociedad industrial y pos-industrial imponen. N eso nos estamos transformando, pese a que aún sea conveniente mantener la imagen exótica de un país definido por sus cerros, sus selvas, sus favelas y sus escuelas de samba. Qué resultará de esto? No lo sé y estoy absolutamente dispuesto a vivir lo suficiente para ver y descubrir.

Cuando sepa qué resultó, se los aseguro, les aviso.

 

 

 

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